Los cantares de juglaría, los romances y romanceros son ese arte que nos hicieron estudiar como el inicio de la literatura en los tiempos en los que el pueblo no sabía ni leer ni escribir. Era un privilegio del que se había adueñado la iglesia.
Se recitaban y cantaban por los pueblos y villas de la vieja Europa, y eso era literatura. La única manera de que el pueblo llano pudiera disfrutar de esas gestas, de historias de amores no correspondidos y de batallas ganadas a seres extraños y mitológicos era a través de los juglares, bufones y otros personajes de gira constante por la geografía europea. ¡Y eso era literatura! Nadie lo pone en duda.
Dejemos la época del medievo y demos un salto de cinco siglos hasta los tiempos actuales. Los bufones, juglares y personajes de gira constante se reivindican. Siguen tratando historias que el pueblo quiere oír, sufrir, disfrutar o simplemente ignorar. Y, ¡zasca!, de repente se redescubren los cantares y romances, y le otorgan el Premio Nobel de Literatura a un juglar del siglo XX.
Que el galardón haya caído en manos de Robert Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, no debería ser una sorpresa, sino que es un más que merecido reconocimiento a un poeta del siglo XX. Un enorme poeta capaz de identificarse con los tiempos actuales y hacer que la gente se identifique con sus textos.
Quizás es extraño para un país como España, en el que la mayoría de los textos de las canciones son triviales y faltos de calidad, con contadas excepciones como en los casos de Joan Manuel Serrat, Manolo García y Quimi Portet, Santiago Auserón, y Luz Casal, entre otros. Por desgracia no son muchos más.
Ya hace décadas que en los Estados Unidos, en las universidades de letras y literatura, se estudian, analizan y comentan los textos de brillantes poetas como Jim Morrison, Tom Waits, Leonard Cohen o el mismo Bob Dylan, entre otros, como la escritura de grandes poetas del siglo XX.
Se les analiza y se les pone como ejemplo de la riqueza literaria de ese gran país culturalmente hablando, dándole la importancia que tienen para la sociedad. Han lanzado mensajes sociales, culturales y revolucionarios que han ayudado a cambiar el mundo a través de la juventud, y de su permanente inquietud para subvertir lo establecido.
Lo dicho, pues. Bob Dylan es merecedor sin duda alguna de este Premio Nobel de Literatura, y algún otro trovador del siglo XX también se lo merece y seguro que en un futuro lo veremos llegar. Porque, en el fondo, ¿qué es una canción sino un poema musicado? Quien tenga dudas o reniegue de este premio, aunque no le guste la música de Dylan, simplemente o es un ignorante o es un imbécil.