Artículo de Sophie Wilkinson, editora de The Debrief y periodista freelance para medios como The Guardian, The Observer, Noisey, NME, People y Time Out, publicado en el ‘V Anuario de la Música en Vivo’
El Reino Unido tiene una sólida historia en la venta de entradas para conciertos y festivales, pero en los últimos años la recaudación ha disminuido. La venta de entradas creció de manera continuada durante dos décadas hasta el 2009, cuando cayeron un 6,7%. En aquel momento, Chris Carey, un economista de la Performing Right Society (PRS), explicó a The Guardian que las causas eran los malos resultados de estrellas fiables como Bon Jovi y Paul McCartney. Pero la caída siguió en el 2010, esta vez precipitándose hasta un 7% e iniciando una tendencia que aún se mantiene.
Teniendo en cuenta la rica historia del Reino Unido en eventos de música en vivo, ¿por qué ha cambiado la tendencia? Para empezar, puede haber deficiencias en el sistema de medición, dado que la música en vivo ya significa algo más que conciertos y festivales. La música en vivo ya no es solo ir a un festival o a un concierto; puede ser también un añadido a otro tipo de festivales, como es el caso del Snowbombing, en Austria.
Las cifras son interesantes: los musicales, la ópera y los eventos gratuitos quedan excluidos en el recuento de «venta de entradas». Los conciertos gratuitos se han vuelto parte esencial de la escena: desde el Radio 1’s Big Weekend, que reunió cerca de 50.000 espectadores en Hackney y 40.000 en la ciudad norirlandesa de Derry, hasta el carnaval de Notting Hill, que atrae cada año a más de un millón de personas.
Los festivales y conciertos patrocinados por marcas también han entrado en la normalidad de la escena del Reino Unido. Las grandes compañías apuestan por estos eventos como una herramienta para atraer a nuevos consumidores hacia sus productos a a través de la publicidad experimental. Todos estos escenarios no los recoge el PRS, del mismo modo que tampoco entran los populares DJ y la música dance, que han eclipsado a las bandas clásicas de guitarra.
Por otro lado, hay una razón mayor y más obvia por la que la gente no compra entradas para conciertos y prefiere ir a eventos gratuitos. Y es porque uno de cada cinco jóvenes del Reino Unido está desempleado y no tiene ahorros para gastarse en conciertos o festivales. Los promotores que impulsaban la venta de entradas y los booms culturales ahora se ven forzados a responder a los gustos de los baby boomers, que son los que tienen dinero para gastar en entradas.
Basta tomar como ejemplo el O2 Arena. En sus dos primeros años los cabezas de cartel fueron Foo Fighters, Justin Timberlake, Kanye West, My Chemical Romance, Keane, Avril Lavigne, Kings of Leon, Linkin Park y Nickelback. Una programación equilibrada y con estrellas del gusto de la generación del Baby Boom. En cambio, los cabezas del cartel de los últimos dos años han sido Rihanna, Cheryl Cole y Florence and the Machine, cuyos fans son solo un poco más jóvenes que los de, digamos, My Chemical Romance y Kanye West. La diferencia entre jóvenes y adultos puede parecer insignificante, pero no lo es: el habitual apoyo del público entre los 16 y los 25 años está convirtiéndose en un solar.
Los que no pueden pedir un préstamo a mami y papi han dejado de ir a conciertos. Quizá ahorren algo para festivales, pero si se van a gastar su dinero en un fin de semana, con toda seguridad irán a un país con buen clima. Esta ha sido la causa de la caída en la venta de entradas y explica por qué festivales como el Sonisphere o el Big Chill han cancelado y otros como el irlandés Oxegen se tomaron un año sabático.